De acuerdo con la Psicología Positiva, el pasado debe ser mirado con Gratitud. Este es un homenaje a Monseñor José Gabriel Calderón Contreras, primer obispo de Cartago (Colombia): un hombre que entregó todo de sí para la ciudad.
Tal vez no todos sepan quién es Monseñor José Gabriel Calderón, seguramente porque las nuevas generaciones han nacido conociendo al segundo obispo de la diócesis y no al primero., pero no pretendo en estas líneas construir una biografía, que dé a conocer datos cronológicos de su vida: muchas se han escrito, se están escribiendo y se escribirán para aquel, que entre muchas otras cosas, brindó con su gestión inteligente, techo a los menos favorecidos y educación a muchísimos niños y jóvenes cartagüeños. Pretendo mejor, hacer un homenaje de gratitud perpetua, desde los archivos de mi memoria, porque decirle gracias sería realmente insuficiente.
En mi época de estudiante del Seminario Menor, su colegio consentido, se gozaba de su dirección, la misma que con las rebeliones juveniles pretendíamos burlar sin conseguir éxito alguno. Recuerdo, que cuando cursaba el grado 10º (entonces mejor conocido como 5º de bachillerato) tuve la osadía de perder cuatro materias: Español, Inglés, Francés y Latín. La entrega de la libreta de calificaciones, se hacía exigiendo la presencia de los padres de familia, mientras los estudiantes, en estricto orden de puestos, del 1er lugar hasta el último, dependiendo de los puntajes obtenidos, recibíamos su reconocimiento público de éxito o fracaso. Cuando ya habían pasado todos mis compañeros, excepto uno y quien escribe, se mencionó mi nombre, ubicado en el deshonroso penúltimo puesto. Paralelamente a esta escena, mi mamá era presa de las miradas de consuelo del resto de padres de familia: “Pobrecita, el hijo de Chilita es todo un desastre” -pensaban en vioz alta. Y entonces, con la entrega de la libreta, llegó el comentario educativo: “Niñito: perdió Español, perdió Inglés, perdió Francés y Perdió Latín” (pasaron tres enormes segundos de eterno silencio) “Y además me cuentan que habla todo el tiempo: ¿cómo hace para hablar tanto si no sabe ningún idioma?”
Seguramente la actitud de Monseñor Calderón podría ser considerada hoy como antipedagógica y traumatizante, pero no fue así. Lo cierto es que, desde entonces, la lección quedó aprendida, sin traumas y con resultados académicamente superiores a los obtenidos en ese instante.
Gracias a la Vida porque aún su presencia está entre nosotros: una presencia silenciosa, no protagónica, que sufre la severidad de los años, la cercanía de unos pocos y el olvido de muchos. Su existencia corre, como la de todos, hacia el final, con la gran diferencia, que la suya, sucede como la de los grandes de nuestros tiempos: una grandeza que jamás dejará de ser reconocida…
Así que, muchas gracias Monseñor, aunque decirle gracias sea realmente insuficiente.
Álvaro Posse
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