En la época maravillosa del blanco y negro, uno de mis amigos tenía, gracias a su padre, uno de esos aparatos que irían a marcar el futuro de las comunicaciones: Un televisor a color. En Colombia, las antenas de INRAVISIÓN, recibían las señales satélites del exterior, a color para distribuirlas a través de repetidoras, en escala de grises.
En un partido de fútbol entre la Selección uruguaya y colombiana, perplejos, mirábamos como el color naranja las camisetas de los nuestros, de manera espectral, perseguía los cuerpos de los futbolistas, sin lograr adherirse a ellos. Así vimos por primera vez una transmisión a color, gracias al milagro tecnológico del televisor de mi amigo. Hoy la alta definición, el HD, el 4K y posteriores, atentan con hacernos olvidar el blanco y negro, acusando con falta de gratitud u olvido, las viejas antenas de Chocontá que hacían posible las transmisiones de antaño.
En esa misma época, en los años 70, 80 y anteriores, consultar libros era un asunto de bibliotecas; estudiar una carrera era, en la mayoría de casos, un tema de sometimiento a la oferta local; hacer un trabajo escrito significaba escribir a máquina, evitar equivocarse y aprender de memoria las normas ICONTEC. La verdad era la del maestro; los reinos de la naturaleza eran tres; las verdades eran absolutas e irrefutables, lo blanco era blanco, lo negro era negro, las cosas eran así o “asá”; el teléfono era un teléfono, de esos que servían solo para hacer y recibir llamadas: un aparato robusto, anclado a través de un cable que servía como de GPS para saber si la persona se encontraba en un determinado lugar, si lo respondía.
Pero el teléfono de hoy, el celular, es absolutamente de todo y también, teléfono. Las personas de mi edad, hemos tenido el privilegio de ver, como en una película de cine, la ciencia ficción volverse realidad ante nuestros ojos.
Así, en pleno siglo XXI, en el año 2022, quise especializarme y pensé: “¿Será que existe una maestría en Mindfulness?” Y de manera mágica, como lo permiten los algoritmos informáticos, apareció en Google, UTEL, nuestra universidad latinoamericana, tan mexicana como ahora colombiana, para decir: “Aquí estoy,” y como un genio salido de la lámpara, apareció para conceder ese deseo de mi corazón: un deseo donde consultar la bibliografía pasó a ser un asunto de bibliotecas virtuales, a nuestro alcance, sin salir de casa; donde estudiar una carrera, una maestría y hasta un doctorado pasó a ser un asunto glocal donde la oferta de la globalidad se transforma en un simple clic para nuestras aldeas locales; donde hacer los trabajos escritos pasó a ser un asunto del Word y de las cientos de miles herramientas digitales que ayudan a la estética de las producciones, a su rigurosidad y perfección acompañada por el manual de estilo APA; donde la verdad es una interpretación de la realidad, con la única certeza de la falibilidad de la ciencia; con reinos de la naturaleza que dejan de serlo unos, mientras aparecen otros. Toda la vida parece conectada permanentemente gracias a ese celular que, usado de manera correcta, nos hace estar juntos a pesar de las distancias.
Sin UTEL, y sin las ofertas digitales, sería imposible tener un universo tan completo de posibilidades: posibilidades de elegir, posibilidades de ejercer la verdadera vocación, posibilidades de cambiar el presente para tener un mejor futuro, posibilidades de aportar de manera categórica al desarrollo de la sociedad, posibilidades se soñar, posibilidades de creer, posibilidades de crecer, posibilidades de crear, posibilidades y más posibilidades… UTEL, para nosotros, ha sido la posibilidad de nuestras posibilidades.
A través de estas palabras, y en nombre de la generación 2024, extiendo un mensaje de gratitud a nuestra Universidad UTEL; de felicitaciones a todos los graduandos que, asimétricamente, bajo la historia personal de vida de cada quien, han hecho el esfuerzo por salir adelante, sacrificando sus noches, sus momentos de descanso, de compartir en familia, sus hobbies y tantas cosas que tuvieron que ponerse de lado para cumplir las metas y hacer emerger los propósitos ya satisfechos. A todos mis compañeros de pregrado, de maestría y de doctorado, me permito alentarlos para seguir estudiando con pasión, porque -como dijo Walt Disney- “Todos nuestros sueños se pueden hacer realidad si tenemos el coraje de perseguirlos” porque de esa manera se abren las puertas de los medios profesionales, como a mí particularmente me ha ocurrido.
En mi trayectoria de vida estudiar ha resultado maravilloso, ha transformado mi vida, la de mi familia, la de mi entorno, pero más allá de eso, he podido dejarme sorprender por descubrimientos personales que me han permitido soñar despierto y maravillarme con las bellezas de la vida y del mundo, recordando una y otra vez la canción interpretada por Louis Armstrong: “What a Wonderful World”. Qué maravilloso es el mundo porque descubrí las Teofanías, las apariciones de Jesucristo en el Antiguo Testamento, estudiando teología; los largos padecimientos de los primeros pobladores de Mesoamérica, viajando desde el antiguo continente mucho antes de Colón, oliendo sus varas para recordar la última vez que habían comido, cosas narradas en el Popol Vuh, mientras cursaba la licenciatura en español; la complejidad del ser bio-psico-social en un breve paso exploratorio por un par de semestres de anatomía y fisiología; la única razón de pertenecer al sector educativo, llevando el servicio al ser humano que requiere ser mirado como tal, mientras cursaba la especialización en gerencia educativa; la complejidad maravillosa del ser humano capaz de ser empírico-técnico-racional-lógico, pero también simbólico-mitológico-mágico, mientras cursaba la maestría en educación; la conmovedora existencia del inconsciente explicado por Jung, en mis estudios de Psicología. (1)
Pero todo lo anterior estaría incompleto sin mencionar una de las tantas enseñanzas recibidas en estos últimos dos años, gracias a la Maestría en Conciencia Plena Aplicada de UTEL, que consiste en aprender a mirar, desde el presente hacia el pasado y el futuro:
Hacia el pasado con gratitud y perdón, porque tanto lo agradable como lo desagradable, han hecho de nosotros lo que somos. Y hacia el futuro, contemplando el porvenir con optimismo y esperanza porque sin estas dos condiciones, es imposible alcanzar el anhelo de todos nosotros: caminar por el sendero de la felicidad.
¡Gracias!
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(1) Este, seguramente, es mi último discurso de graduación formal, en calidad de egresado. He tenido el honor de participar en tres de los cinco discursos de mis graduaciones: Con la Universidad Católica de Manizales, en Manizales (2010); con la Corporación Universitaria Minuto de Dios, en Pereira (2017) y este de UTEL (2024) que resulta ser la graduación de las graduaciones: la prueba de haber podido a pesar del hombre que era en el siglo XX. Inmensa gratitud a todos, sin excepción, pero especialmente al Maestro César Valencia Solanilla, de la UTP (2003).
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