Imagen de Stefan Keller en Pixabay
Mi nombre es Álvaro Posse. Tengo 56 años, ya casi 57, en un mes y unos tantos días. He tenido conciencia de la muerte: Una conciencia que llega súbitamente y se adormece de nuevo, como si la advertencia fuera una falsa alarma: solo alarma y completamente falsa. Esto sucedió varias veces: a los 12 años con una picadura de avispa que me cerró la tráquea; a los 30 años cuando me pusieron un revólver en la cabeza para robarnos el efectivo de un almacén que teníamos en Pereira; a los 35 años cuando apareció una crisis neurológica ya superada, que me enviaba como un boxeador noqueado, a la lona de los servicios de urgencias. Todas esas crisis repentinas y explosivas, sólo susurraban a mis oídos la tierna frase del universo señalándome: “Sé consciente: vas a morir”.
Y sí, voy a morir. Tal vez en tres décadas, dos décadas, una, mañana o el cualquier momento antes o después de lo dicho: eso no lo sé. Y así como yo, que me pasaba ignorando la muerte, la inmensa mayoría de los habitantes de este planeta, la ignoran en un intento de creer que no va a ocurrir, que eso les ocurre a los demás y, por tanto, terminamos viviendo como si tuviéramos el privilegio de estar en este plano, para siempre, en medio de la paradoja de esclavizarnos a lo que nos imponen, a lo que no nos gusta, al deseo de agradar a los demás, al que nos subordina y a los que subordinamos, creyéndonos más o creyéndonos menos, jugando a merecer más allá de lo razonable o sintiendo merecer menos de lo que nos corresponde en el orden divino de sus leyes universales.
Y comienza con el Mindfulness el ejercicio de observación. Tan solo en lo corrido de este año, mi peluquero me pregunta si ya estoy jubilado; la chica que me renueva el pasaporte, sonriendo sin maldad alguna, pone en duda una próxima renovación de mi documento pasados 10 años; una asesora de seguros me ofrece una póliza, animándome a adquirirla gracias a la generosidad de la compañía que aun me considera como cliente dentro de sus políticas de rango de edades, mientras una funcionaria de seguridad social me advierte que, en 13 meses podría comenzar a realizar los trámites de pensión para “retirarme” tranquilo y ejercer -a su juicio- “un merecido descanso” que se parece mucho a la frase: “descanse en paz”.
Sin embargo, contrariando todos los episodios anteriores, me miro en el espejo y sigo viendo a un hombre joven, con apenas unas canas que se asoman tímidamente, como pidiendo permiso para ocupar su espacio, reservado desde siempre. Veo una persona que tiene mucho para dar y que se encuentra en las mejores condiciones, pese a que los cambios en las dinámicas laborales, hacen que su rol se parezca cada día a alguien que no soy yo. Y junto a este descubrimiento, miro hacia atrás y me detengo. Me detengo a expresar, con las palabras de Neruda: Confieso que he vivido. Y de la literatura de Neruda, paso a Punset quien me recuerda que: “Existe vida antes de la muerte”.
Y como existe vida antes de la muerte, comienza desde hoy una vida distinta a la confesada: una vida que exista donde ahora yo soy el protagonista, el que la decide, rompiendo los paradigmas impuestos que durante casi 57 años esclavizaron mi alma, pero que son el insumo para haber aprendido a ser la persona que hoy decido ser, para ejercer el propósito, la libertad y la felicidad, más allá de un sentimiento, una decisión de disfrutar el camino hasta el último suspiro, cuando sea que fuere, porque lo que venga después de este plano, será en ese nuevo plano.
Así que, me notifico: cambié. Y a la muerte, a esa oscura muerte como la dibujan los artistas escépticos, la abrazo como se abraza a la sombra. Solo que, el día que nos abracemos para emprender mi partida, abrazará a un hombre diferente al de ayer.
Álvaro Posse
Psicología positiva y Mindfulness
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