Serie ZENCILLEZ, Lección 31/100
En la Biblia, en el evangelio según San Juan (1), aparece uno de los relatos más extraordinarios y profundos de todas las Sagradas Escrituras.
Jesús había pasado la noche en el Monte de los Olivos, adonde se había retirado para orar y mantener su paz interior. Era su particular manera de prepararse para enseñar en el templo al día siguiente. Así, revestido de esa paz que había generado su retiro, llegó al templo. La Biblia dice que todo el pueblo acudía a sus palabras, mientras Él, sentado y escribiendo eventualmente sobre el piso, les enseñaba con gran autoridad.
Los escribas y los fariseos que, creían tener la franquicia de la verdad, apovecharon la oportunidad para traer a la presencia del maestro, una mujer que estaba siendo adulterada (μοιχευομενη) y que de acuerdo con el antiguo código penal de Moisés debería tener como castigo el ser apedreada.
¿Siendo adulterada? Sí. Eso dice exactamente el texto del interlineal griego porque en la antiguedad el adulterio era una acción errática que, solamente era señalada a las mujeres, en sociedades extremadamente machistas. Por ejemplo, en este relato, el hombre que hace el adulterio a la mujer, no es ni siquiera mencionado, ni aperece en escena, por cuanto está libre de culpa. El adulterio culposo sólo era cometido por las mujeres casadas y esto fue así, inclusive en la sociedad del Imperio Romano, entre otras.
En ese contexto es confrontado Jesús por los escribas y fariseos para tratar de demostrar que el Maestro era partidario de violar las leyes vigentes. Sin embargo, lo que estos religiosos ignoraban era la tremenda diferencia entre la Ley y la Justicia: las leyes se hacen para impartir justicia, pero no todas las leyes son justas.
Entonces Jesús, revestido de esa paz interior y de esa autoridad que se deriva de la anterior, se dirige al público, presto a apedrear a la mujer adulterada y les dice: "El que no haya errado ("que esté libre de pecado", dicen la mayoría de las traducciones) que lance la primera piedra".
Ninguno, absolutamente ninguno lanzó piedra alguna sobre la mujer. Tal vez porque todos ellos habían errado alguna vez, otros porque no se sintieron con autoridad de actuar como jueces o verdugos y el resto, porque matar a un ser humano los convertiría en transgresores del "No matar", una ley constitucional hebrea incluída en los 10 mandamientos. El pasaje nos enseña también las contradicciones en los sistemas normativos y las confusiones que se crean a su alrededor.
Así, uno a uno, los aprendices de verdugos, se comenzaron a alejar del lugar, comenzando por los más viejos (los que tenían más experiencia errática) hasta los más jóvenes...
-"Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?
Ella contestó: -Ninguno, Señor.
Jesús dijo: -Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no actúes erráticamente." ("no peques más, dicen la mayoría de las traducciones al español).
La mujer que estaba siendo adulterada no fue juzgada por Jesús. Él no le preguntó ni con quién, ni cómo, ni por qué, precisamente porque cuando se juzga, se supone. Y nadie, absolutamente nadie conoce las razones de las acciones que se consideran equivocadas.
La mujer fue salvada por Jesús de la injusticia de la ley vigente porque la ley y lo justo no siempre son lo mismo.
Y por último, la mujer no tuvo necesidad de pedir perdón ni de excusarse por sus actuaciones erráticas, tan simple porque no había agredido con sus actos a ninguno de los presentes, esos que a veces representan a todos, los que critican, juzgan y murmuran sobre los demás, sin tener autoridad alguna.
"Todo lo que nos irrita de otros nos lleva a un entendimiento de nosotros mismos" (Carl Jung)
Referencias
(1) Juan 8:1-11
(2) Imagen tomada de Mccmurcia.org
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